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Uso de la lengua: texto de Clarín

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Entre todos los Valcárcel no había habido más hombre trabajador en todo el siglo que el padre de Emma, el abogado, que también había sido, dentro del matrimonio, menos prolífico que sus parientes. Ya se ha dicho que Emma era hija única, y, por tanto,
universal del abogado romántico y flautista. Pero los ahorros del aprovechado
llegaron a su hija un tanto mermados.
Parece ser que la castidad de Don Diego Valcárcel no era tan extremada como se creía; su verdadera
había consistido siempre en la prudencia y en el sigilo; sabía que el mal
y el escándalo son los más formidables enemigos de las sociedades bien organizadas, y él, visto que no le era posible conservarse en casta viudez, entre seducir a las criadas de casa y a las doncellas de su hija, y, tal vez, como la tentación le había apuntado varias veces a la oreja, a las respetables clientas, desamparadas señoras que acudían a su
en demanda de luces jurídico-morales, como él decía; entre esto y reglamentar el vicio, las inevitables expansiones de la carne flaca,
por lo último, organizando con sabia distribución y prudentísimo secreto el servicio de Afrodita, como decía él también. Y allí, fuera del pueblo, en las aldeas vecinas adonde le llevaban a menudo los cuidados de la hacienda propia y negocios ajenos,
a ser, valga la verdad, el Abraham — Pater Orchamus — irresponsable de un gran pueblo de hijos naturales, muchos adulterinos.
Ni su conciencia, ni la del
que le confesó, que en vida le había ayudado a veces a evitar escándalos, ni ciertas amenazas de
confesiones por parte de algunas pecadoras, le consintieron, a la hora un tanto apurada de
testamento, dejar en completo olvido ciertas obligaciones de la sangre; y como se pudo, guardando los disimulos formales que fueron del caso, se dejaron mandas aquí y allá, que disminuyeron en todo lo que la ley consentía la herencia de Emma.
No fue esto lo peor, sino que, previa consulta del mismo director espiritual, Don Diego había hecho antes subrepticiamente muchas enajenaciones inter vivos, a que, muy a su
, le obligó el miedo al escándalo, que era su gran virtud,
se ha dicho. En suma, Emma se vio con bastante menos caudal que su padre, pero ella apenas lo supo casi, porque la daban jaqueca los papeles, síncopes los números y grima la letra de los curiales.
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

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